Os puede sonar exagerado, pero el miércoles por la noche, cuando alcancé la planta novena de El Corte Inglés de Callao, creía que me iba a dar un telele. El pecho me ardía, mi boca sabía a sangre y las piernas me escocían y dolían como nunca. Llegué completamente exahusta tras subir, en zig zag y a través de las escaleras mecánicas, las nueve plantas del centro comercial a toda pastilla.
Salí descontrolada, a toda velocidad y cuando apenas me encontraba en la segunda planta me quería morir del sufrimiento. Pensé que podría recuperar el aliento entre tramo y tramo de escalera, pero cuando me quería dar cuenta me encontraba otra vez subiendo las escaleras.
Así que cuando escuché una voz que me decía, “vamos, la siguiente es la cuarta planta”, casi me da un jamacuco. “Joder, y todavía me quedan cinco plantas más, no llego”. Pero cabezota que es una, en lugar de bajar el ritmo y dejar de sufrir, llegué al último piso dándolo todo. Porque no encontré una silla donde sentarme, si no, aún seguiría allí postrada. Llegué totalmente reventada y con bastantes ganas de vomitar. Y Tony me dijo, “si te sabe la boca a sangre es que lo has dado todo”. Y eso fue lo que hice, darlo todo, para variar, ¿verdad?
Fue, sin duda, una de las pruebas más duras en las que me ha tocado competir en los diez años que llevo corriendo. Poco más de tres minutos -puede parecer poco- al 100%, muy intensos que me dispararon las pulsaciones y me hicieron pensar que no llegaba hasta el final.
Tardé casi media hora -si no más- en recuperarme. En otras carreras, aunque llegue a tope, en un par de minutos todo vuelve a su sitio. Pero en esta ocasión no, ya que no estoy acostumbrada a un ejercicio tan intenso.
Pero la verdad es que, a pesar del sufrimiento, fue una noche para el recuerdo, una experiencia que difícilmente olvidaré y que espero volver a repetir porque fue realmente espectacular ya que, además, tuve la suerte de reencontrarme con muchos amigos y poner cara a otros que aún no conocía.
¿Siguiente parada?…